Por Françoise Aubès (Université Paris X)
Cierre de Edición de Juan Carlos Méndez es una novela que, a través del microcosmos de una redacción periodística, ofrece diversas claves para comprender el macrocosmos que es el Perú. El libro ha sido nominado al Premio Nacional de Literatura 2024 (edición bicentenario).
A continuación el texto que la académica francesa Françoise Aubès leyó durante la presentación de la novela en París.

Toda la acción de la novela, la intriga, la historia se concentra en un momento tan intenso como es el cierre de edición en una redacción periodística. Es lo que en francés llamamos le bouclage, cuando los redactores entregan sus artículos a los editores y, luego de ser corregidos, son enviados a diagramación y finalmente a la imprenta. Ya no se puede añadir nada. Son días, horas, minutos intensos, de frenesí y de gran agitación. Y precisamente la originalidad de esta novela radica en su ritmo: el autor logra instalar al lector dentro de ese mundo trepidante y descabellado en el que la redacción se transforma durante el cierre.
La novela comienza un martes y termina el jueves de la semana siguiente. Estamos en Lima, Portal de Botoneros 133, en la redacción de una revista que nunca es nombrada. Algunos datos nos sitúan en la época: es noviembre del año 2010, es decir, casi 20 años después del intento de golpe de 1992 contra Fujimori, dictador al que la novela alude constantemente.
Lo que desde el principio nos llama la atención, es la forma totalmente dialogada de la narración, casi no hay descripciones o estilo indirecto. El lector se siente arrastrado por la vorágine de los personajes, los trabajadores de la revista, un variopinto grupo conformado por personas venidas de diferentes partes del Perú, que muestran diferentes acentos, distintos niveles educativos y diferenciadas ambiciones. Desde el portero Joche-Jochechito, la señora de la limpieza Norma, hasta los repartidores de la revista y pasando, claro, por toda la jerarquía que compone la redacción y sus diferentes secciones. Es un continuum de palabras, hablan, conversan y dialogan en un estilo eficaz, grosero, cómico, obsceno, técnico, es un estilo oral riquísimo.
En esta novela coral, destaca, sin embargo, un personaje llamado el señor poeta, quien, como muchos periodistas de ficción, tiene también ambiciones literarias. Es un novelista frustrado, devorado por el tiempo (pensamos en Carlitos de Conversación en la Catedral, y en Zavalita también). El señor poeta será como un guía, él es quien abre y cierra la novela, un cicerone, un repère en esta redacción que es a la vez un manicomio, una olla de grillos, un pandemonio, que además tiene su anexo: el bar llamado Kosovo, «un sótano de perdición».
Después de diez años en la redacción, el señor poeta ha decidido cambiar de vida. Planea mudarse a Alemania con su amante Friederike, también llamada la Teutona. Al inicio de la novela nos enteramos de que el señor poeta acaba de publicar una entrevista a Carlos Ney Barrionuevo, haciendo un guiño a Conversación en la Catedral, pues Ney Barrionuevo es el periodista que inspiró a Vargas Llosa para crear el personaje de Carlitos. Además, también nos enteramos de que su última nota antes de partir a Alemania será un reportaje sobre el intento de golpe liderado por el General Salinas Sedó contra Fujimori y Montesinos. Luego, inesperadamente, aparecerá otra nota sobre el poeta Verástegui, debido a la reedición de Los extramuros del mundo.
Entonces, lo que parecía ser una despedida sin muchas complicaciones, cambia radicalmente: un barrista muere en el estadio de fútbol. Seguimos al señor poeta en su pesquisa, encontrando a los testigos, amigos, familiares en el hospital, yendo al entierro, buscando la noticia, el scoop, la exclusiva, un buitre entre los buitres, con el objetivo de escribir la nota de portada: «La carátula es algo que los periodistas desean casi tanto como su sueldo».
Es un retrato entonces, muy fuerte, exagerado, satírico de una revista y de los periodistas con sus vicios, historias sentimentales ―en realidad, más sexuales que sentimentales―, de estos asiduos clientes del bien llamado caótico bar Kosovo, donde dialogan, chupan y jalan cocaína. Son como títeres, marionetas, impresión reforzada por los apodos, las chapas que todos tienen. Humberto Humberto, Sofía (la tragahombres), Bragueta, Pinedín Zidane y la Teutona. Los periodistas son unos seres extravagantes, «mal pagados y geniales», «no tienen horarios fijos, siempre están en la calle buscando la noticia, y si no están en la calle, están en un bar chupando como locos». La novela refleja muy bien la urgencia con la que trabajan para buscar la información. Vemos cómo se genera la carátula, enfatizando la importancia del titular preciso, de la foto diferente, del gorro informativo, y de la leyenda sugerente.
Luego de describir y darle vida a estos personajes y a este ambiente de manera muy verosímil, el autor complica la trama porque, como en la vida, las cosas nunca pasan como uno se las imagina o planifica. En efecto, la Teutona, con quien él debía irse a Alemania, finalmente se quedará en Lima, y además él no logrará publicar la carátula de la revista como estaba previsto. Doble traición. Al final, cuando se realiza una pequeña fiesta de despedida, sale de Kosovo, solitario y melancólico: «El señor poeta se agachó, abrió la puerta sin dificultad y salió a la luz de la calle. Enceguecido por un momento, trastabilló. Se detuvo, respiró hondo, recuperó el aplomo y empezó a caminar» (229). Punto final.
«Respirar» podría ser la palabra esencial para comprender la novela después de terminar la lectura, ya que el lector sale de las 230 páginas un poco aturdido, por la rapidez, el ritmo, el torbellino. Aturdido y agotado es como me imagino que también terminó el autor, por la energía que habrá necesitado para escribir con este estilo tan intenso.
¿Será el señor poeta una especie de doble del autor? Juan Carlos Méndez se valió sin lugar a dudas de su gran experiencia de editor cultural durante casi diez años en la nunca nombrada revista Caretas. Entonces, es posible que lo relatado sea una visión desde adentro, quizás una especie de catarsis. En una de las últimas páginas, Veguita, uno de los personajes, cita el final de Hamlet: «Alguien tiene que sobrevivir para contar la historia, joven Horacio» (225). Escribir este Cierre de edición habrá sido para el autor una manera de librarse, de purificarse, porque cuando ingresamos a esta redacción estamos en las entrañas de un monstruo. La revista es como una monstruosa máquina, un ogro que engulle noticias y personas.
A pesar de la carga muy realista, la novela no es ningún reportaje, ningún documental, es una obra de ficción, una reinterpretación literaria de un mundo real. Eso lo comprobamos al reparar en el estilo muy trabajado, muy sonoro, tanto que a veces da la impresión de estar viendo una tragicomedia musical. Por ejemplo, cuando se combinan diálogos, música —Hay que cerrar, Hay que cerrar, Hay que cerrar-- y baile, como la balada triste cantada por Bragueta al final de la novela.
Agreguemos las numerosísimas referencias literarias —Nabokov con Humberto Humberto, Don Quijote, Guamán Poma de Ayala, George Eliot, Shakespeare, el mexicano José Emilio Pacheco, Vargas Llosa, Bolaño y Martín Adán, aunque aquí faltaría quizás un guiño al Oswaldo Reynoso de Lima en rock― lo que sugiere que el narrador se dirige a varios tipos de lectores.

También subrayemos como más allá del ritmo delirante, hay a veces momentos de emoción, de pausa, de memoria, de reflexión sobre el Perú. Como cuando el señor poeta recuerda:
«Nací en 1980. Eso quiere decir que mis recuerdos comienzan casi al mismo tiempo que el terrorismo y la hiperinflación de Alan García. Ingresé a la universidad en el 98, en la parte final de la dictadura de Fujimori y Montesinos. Así que este país siempre me gritó al oído: «Lárgate antes de que te mate». Sin embargo, sobreviví» (63)
Y de emoción también, como cuando en uno de los momentos más bellos de la novela, Veguita, el dealer de libros, evoca al poeta peruano Martín Adán:
«Era de madrugada y Martín Adán caminaba, tambaleándose, por La Parada. Yo iba rumbo a los burdeles de la avenida México y lo reconocí. Me quise acercar al maestro, pero inmediatamente me detuve por la impresión. Los delincuentes más temidos de Lima le abrían paso. No se atrevían a acercarse al más grande poeta iberoamericano. Ninguno lo había leído, pero no hacía falta: tenía tanta mugre encima que resplandecía» (85)
Recordemos que en el Perú existe una tradición de novelas sobre periodismo, como por ejemplo Los últimos días de la prensa (1996) de Jaime Bayly, que es pésima, grosera, con un estilo de comida chatarra, «mala grasa», solo para atraer al lector. No tiene nada que ver con la novela de Juan Carlos Méndez. Creo más bien que el gran modelo es Conversación en la Catedral (1969) con Carlitos y con el personaje de Zavalita que trabaja en La Crónica, desilusionado, escéptico y deprimido; es quien al principio de la novela al salir de La Crónica hacia la avenida Tacna, suelta una frase que hoy se ha convertido en un mantra para comprender al país: «¿en qué momento se había jodido el Perú?».
Y también Cierre de Edición a través del microcosmos de la revista nos ofrece diversas claves para comprender el macrocosmos que es el Perú, donde «nada es imposible» y donde «no importa quién sea culpable. El que tiene plata paga y zafa y el que no, se hunde» (225).
La visión del mundo del periodismo que la novela ofrece es muy actual, y bastante pesimista, dadas las maneras de trabajar, sus límites, los posibles compromisos, el chantaje, las presiones que sufre un periodista —una de las cuestiones de fondo que plantea la novela es la dependencia económica de las empresas periodísticas, pues si la revista publica la nota del señor poeta sobre el asesinato del hincha en el estadio, le van a quitar la publicidad.
Aunque los personajes y la trama describen y recrean el mundo periodístico, la novela va más allá, alcanzando capítulo a capítulo otros ámbitos laborales, sociales y emocionales, por lo que finalmente la lectura resuena a otro nivel. Dejemos la última palabra al señor poeta cuando su amante Friederike le pregunta si publicará algo mañana:
—Sí, una nota sobre Carlitos, el personaje de Conversación en la Catedral.
—Esa novela es de Arguedas, ¿no?
—De su hijo no reconocido, Varguitas.
—Ah, ya, sí. ¿Es sobre periodistas, ¿no?
—Es sobre la vida (66).
Y eso es lo que en conclusión podemos decir sobre Cierre de Edición. Es una novela sobre la vida. Una novela de sobrevivientes y también sobre vivir.

Françoise Aubès es profesora emérita de Literatura Latinoamericana en la Universidad Paris Nanterre. Una versión de este texto fue leída durante la presentación de Cierre de Edición en París, realizada en el marco de las Semaines de l´Amérique latine en junio de 2023.

Juan Carlos Méndez es autor de la obra teatral «Tiernísimo Animal» (2000) y de las novelas «Pandilla Interior» (2010) y «Cierre de Edición» (2022). Obtuvo una maestría en la Universidad de Bonn, donde también trabajó como docente, y ha dirigido diversos proyectos del Goethe-Institut Perú. Actualmente vive en Berlín.
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