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Lena Tietgen y „Blackbox“

Actualizado: hace 1 día

Este texto lo presentó Lena Tietgen en el Salón Berlinés el 30.6.2025 junto con Walter Lingan.


La traducción fue posible gracias al auspicio del Senatsverwaltung für Kultur und Gesellschaftlichen Zusammenhalt y se ha realizado en el marco de una colaboración entre el Salón Berlinés y alba.lateinamerika lesen e.V.


Moderación: Ingeborg Robles y José Luis Pizzi.

Lunes a las 19:00 h, Crellestr. 26, 10827 Berlín.



Blackbox

Traducción: Natalia del Carmen Eduardo


Preferiblemente, usted voltea en la esquina a la derecha y luego sigue todo derecho.

Su antebrazo izquierdo reposa despreocupadamente sobre su rodilla, su mano derecha le muestra a la mujer el camino. Con anhelo y escepticismo, Ricardo observa como la mujer, cual sombra, va rozando la longitud de la pared. Él quiere saber si su escape tendrá éxito.

 

Esto nunca se podrá saber, habla para sí mismo, quizá y se abre ahí un escondrijo. Quizá incluso la pared de la segunda esquina se pueda separar. Desde mi punto de vista, esta tendría que ser la esquina derecha. En todo caso, la mujer me da la impresión de ser menuda y suficientemente ágil… capaz que logra inclinarse y apoyar el hombro contra la pared de forma que se abra la brecha, quien sabe. La cabellera se le podría atrancar.

 

Ricardo está preocupado. Esto sucede desde que se encuentra en esta habitación. Un cuarto que tiene las paredes tan negras como el techo, en donde la difusa luz que viene de enfrente es tan gris como el suelo. [...] Él observa a la mujer e intenta reconocer el espacio mientras la llama: Hola Usted… espera a que le llegue un eco que le proporcione coordenadas sobre el espacio y su dimensión. Pero la mujer, la mujer se queda callada.

 

Las dos esquinas  –pienso yo, tienen que ser reales– es decir, partiendo de ahí, según la lógica, tendrían que aparecer otras dos. Por consiguiente, estas deberían de estar a mis espaldas. Esto es lo que me dice mi cerebro, mi experiencia del momento al introducirme en esta habitación. [...]

 

Su mente merodeaba a menudo. Debería moverse, por lo menos voltearse. Pero le teme a la oscuridad, lo acongoja. Prefiere entonces quedarse sentado, alcanza la luz con su mirada, esa luz que basta para dibujar sus sueños sobre el suelo y dejar que bailen las siluetas. El valor y el azar le hicieron tropezar con la silla vacía la primera vez que entró en aquella habitación. Por aquél entonces aún quedaban restos en él. Restos de cinismo y arrogancia, restos que dictaminaban que en esta situación siempre era mejor sentarse que flotar. En aquél entonces, pensaba él, todo pasaría rápido y que debía ser una broma o un malentendido, tal vez solo tendría que mantener distancia: del mundo, de la pared, de sí mismo. [...]

 

Parece que la mujer estuviera siguiendo las instrucciones de Ricardo. Dejando la primera esquina detrás, avanza hacia la siguiente tanteando la pared con las manos. Entonces él la vuelve a llamar, con firmeza y en voz recia: La habitación, puede ser cuadrada, pero al menos es un rectángulo, así sin eco, justo antes de la esquina, que encierra una respuesta. Quizás.

 

Ricardo no se llama Ricardo. La adopción de este nombre se remonta al carnaval cuando apareció en la fiesta como Don Juan. Estaba de buen humor, hábilmente disfrazado, encantador por un día. Tan pronto se le veía, chiflaban las mujeres uh lala, wow, o simplemente, genial. Eso decía haber escuchado. Así lo hubiese querido.

Pues bueno, así le gustaba. Balanceaba las caderas galantemente, recorría el salón con paso marcado, una mirada a la izquierda, otra a la derecha. Figura majestuosa, decían algunos, ya el comienzo de una barriga, sonreían otros. De complexión fuerte, el muchacho, es la opinión de su madre hasta el día de hoy. Los cabellos negros, densos y ligeramente ondulados, los dejaba algo más largos para que rebotaran al ritmo de sus pasos. Un cazador de miradas. Así pensaba él que lo veían. Así lo hubiese querido. Pues bueno, quería disfrutar. Un besito por aquí, una palmadita por allá, otra cerveza más y siempre un dicho en la punta de la lengua.

 

De repente y en medio de todo, Heike como un rábano o una fresa, nadie quería saberlo, recién llegada de Mallorca, bronceada, todavía excitada por un ligue o un rollo de una noche o incluso un amorío, esto tampoco es algo que nadie quería saber realmente, pero cuando divisó a Don Juan, exclamó encantada, ¡Ricardo, ahí estás!, volcando toda la atención hacia ella. Fue así como él, quien vino como Don Juan, se convirtió para todos en aquella tarde de febrero de aquel año, en Ricardo. Todo un agujón, aunque fuera por poco tiempo.

 

Gerd Bäcker. Su verdadero nombre es Gerd Bäcker. Gerd Bäcker de Winselnshoven, empleado municipal del ministerio de construcciones de la ciudad, no está casado y si tuviese alguna relación estable, complicada en todo caso, tal como lo formuló el otro día una buena amiga. No del todo sin deseo de ser padre, entonces tendría que.

 

Gerd Bäcker, un hombre ahorrador, propietario de un apartamento, responsable y con un Golf, le gusta la buena comida y también la cerveza. No tiene que ser solamente cocina alemana, no, así no es él, pero sí un buen pedazo de carne, un corte limpio, sabroso, jugoso, contundente. Con su salsa. Y si alguien quiere saber cómo le va, sólo de pasada, suele decir que las cosas le van como van.

 

[…]

 

La gente del ministerio de salud. Ellos son los únicos a quienes Gerd Bäcker frecuenta. Él los consume, busca el sonido de sus voces, sus palabras, las gira y las gira hasta que todos los colores coinciden. Esto aún no ha acabado. Piensan ellos. Claro que sí. Mi vida por lo menos, sí. Mi vida como Gerd Bäcker. Menea la cabeza con melancolía de un lado a otro, y se columpia, se mece hacia la depresión.

 

No, tú has hecho bien tu vida, de manera correcta, ordenada. Siempre ordenada, salvo aquí y allá, pero Dios mío, tú también eres humano. Querías ser padre. No estabas destinado a serlo. Ulrike no quería, no contigo... Qué demonios. Ricardo desvía el tema, no lo quiere ahora. No quiere seguir escuchando los lamentos de Gerd. Quiere salir de aquí. Fuera de esta habitación. Que lo observen en otra parte.  Entonces, ¿cómo se sale de aquí? Esa es la pregunta. Ricardo no deja que se ofusquen sus sentidos, se mantiene con claridad, puede pensar, y entiende, que esto en realidad no es ninguna trampa, pero tampoco una respuesta. Él busca la brecha por donde tiene que pasar, para que todo sea como antes.

 

[…]

 

Cien metros es lo que tengo por delante, nota Ricardo y llama a Gerd Bäcker. ¿Cuánto tiempo voy a tardar, cuantos metros llevo ya aquí dentro? Sería conveniente saber ya qué tan grande es esta habitación en total. Así podría realizar los cálculos. En el intento de transformar los metros en tiempo, a Ricardo se le pasa por alto que básicamente ha estado sentado y no recorriendo la habitación. Al darse cuenta, Gerd teme sufrir un paro cardíaco, ya que ahora si carece de orientación. Siempre he tenido un marco, siempre lo he seguido, he podido entender muchas cosas, y todo estaba claro, estaba predeterminadamente claro. ¿Y ahora? ¿De qué hablan, de otros cien metros sin saber nada de la habitación? Eso es una completa tontería, palabrería de mujeres, misticismo, pero nada de matemáticas. Esto está como para, ah. Gerd Bäcker suspira. Si esto sigue así, voy a perder mi trabajo. De todos modos, ¿quién lo hace ahora? La gente del ministerio de salud me contó que mi oficina dijo no sólo yo, y no, desde luego no era por mis cualificaciones, pero tenía que darme cuenta de que nadie estaba construyendo tanto en este momento. Y como yo de todos modos, es todo completamente no burocrático, puedo ser observado en paz por un tiempo, una cierta cantidad de tiempo, tal vez incluso más tiempo. El dinero sería un poco menos, pero entonces. Tal vez el próximo año, tal vez antes, entonces sin duda se va a construir de nuevo. Eso es lo que ministerio de construcción comunicó a la gente del ministerio de salud, y que me lo digan como consuelo.

 

[…]


¿Quién es ese Gerd que me molesta, al que tengo que acudir para que pueda divertirse del todo? ¿Y quién soy yo para olvidarme según mi humor? ¿Quién no tiene nombre propio, a quién llamas simplemente Ricardo? Guardado en un cuarto oscuro, expuesto a la observación, por una enfermedad que infecta y se vuelve peligrosa, incluso mortal. ¡Eh, usted! ¿Cómo se llama? Ágil y sin inmutarse, la mujer flota hacia la esquina derecha. Muy bien, la llamaré Rita. Rita, no quiere... La mujer, gira la cabeza una vez más mientras desaparece por la ranura.



La publicación del extracto ha sido autorizada amablemente por la editorial schruf & stipetic. La traducción es una versión abreviada.


Autorin Lena Tietgen
(c) Hans Schrieber

Lena Tietgen es originaria de Hamburgo, donde estudió Ciencias de la Educación, Filosofía y Literatura. Tras trabajar en los ámbitos jurídico, metalúrgico, pedagógico/psicológico y periodístico educativo, actualmente vive y trabaja como escritora en Flensburg. En sus relatos cortos aborda los sueños y los traumas como fuerzas creativas de alcance social. Su libro “Unruh”, publicado en 2023 por schruf & stipetic, fue elegido libro del mes en junio de 2024 por Radio 889 FM Kultur. En 2020 recibió la beca Berliner Sonderstipendium.

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